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miércoles, enero 10, 2007

El principio de la decadencia







En un momento determinado, en cuerpos de diferente índole aparece una causa de propia degeneración, como si hubiera un principio de decadencia en la naturaleza; una especie de “programa” o “chip” de autodestrucción que se activa automáticamente de modo que aun cuando se puede prolongar el estado de las cosas, mantener cierto orden, quitar el polvo, reducir la mortalidad infantil, aumentar las estadísticas de esperanza de vida, hacernos viejos, a la larga, una norma degenerativa y mortal acabará imponiendo sus fueros en todo lo que existe.

Resulta “sugestivo” que el mismo principio decadente se enseñoree de objetos incorpóreos, de dimensiones de la realidad que no se desenvuelven en un plano necesariamente físico, como la cultura, el poder político, las ideologías. Existe una especie de fatiga de las ideas que hace que las propuestas filosóficas caduquen; que las expresiones artísticas envejezcan; que los imperios se conviertan en ciudades cubiertas por el polvo, que se tuerza la rectitud moral, y que mueran las ideologías.

La certeza del fin es una de las obsesiones del hombre como lo es la búsqueda del antídoto. En “Cien Años de Soledad” la lucha contra el principio decadente se expresa en la conservación de la casa de los Buendía contra el ataque de las hormigas y el polvo. La desaparición de Úrsula y el final desenlace del libro de García Marquez nos presenta el triunfo de la muerte. En “La Máscara de la Muerte Roja”, Alan Poe; la peste asola la región; el Príncipe Próspero decide perdurar aislándose en uno de sus palacios. Encerrados y felices viven él y sus amigos, mientras el resto del país es arrasado. Durante un baile de máscaras descubren que la peste está dentro y que la muerte los ha alcanzado también a ellos.

Hay una idea de conservación cuando se limpia un objeto o cuando se lo aísla (algo de esto se esconde en el concepto monástico); idea semejante es la que se percibe en las concepciones cíclicas del tiempo. Como se puede apreciar, tanto las medidas de Úrsula para mantener la casa, como las previsiones del príncipe para conservarse a sí mismo, estaban destinadas a hacer de la existencia un evento más llevadero. Ambos desarrollos literarios nos presentan la utilidad verdadera de estos antídotos: al igual que el “tiempo cíclico”, solamente son placebos destinados a mitigar la sed humana de inmortalidad.

Roberto Pável
Jáuregui Zavaleta

lunes, enero 01, 2007

La imagen cíclica y el dominio del tiempo







“…Los símbolos que gravitan alrededor del dominio del tiempo se agrupan en dos categorías; en aquellos que acentúan el poder de la repetición infinita de ritmos temporales (…) los arquetipos y símbolos del retorno, polarizados por el esquema rítmico del ciclo; por el otro, ordenamos los arquetipos y símbolos mesiánicos…”

(Esta cita proviene de un libro que trata sobre la estructura del imaginario, cuyo autor francés he olvidado como consecuencia de la ilusión del tiempo)


¿Qué es el tiempo?

Algún griego respondería que es desplazamiento, una forma de movimiento; un discurso incesante de no-ser.

Tal postura contiene un defecto; identifica dos situaciones completamente distintas y separables. Por un lado (A) el perecimiento y modificación incesante de los objetos; y (B) el “lapso” en que tales “eventos” ocurren.

¿Por qué, entonces, no ahorrar un paso, y decir que el tiempo, sus modos y sus medidas son una manera de percibir la realidad? ¿de dotarla de una dimensión estática de la que carece? ¿De tomar una porción arbitraria de ese continuo fluir y colocarle una etiqueta de “presente”, “pasado” o “futuro”?

La cuestión es que el tiempo carecería de una base “física”, de un fundamento real y objetivo. Vendría a ser solamente una especie de conjuro con el que nuestra mente, a través de la idea de la repetición y del ciclo, procuraría vencer el insoportable fluir de las cosas y la muerte.

Los minutos terminan para volver a comenzar. La repetición cíclica se multiplica en horas, días, semanas, años y nos ofrece la ilusión del retorno. Un día será lunes otra vez; luego, llegará nuevamente abril, y a la muerte de cada diciembre habrá otro enero para revivir la idea de una nueva creación.

¿Qué es el tiempo?

El simple espejismo de una inmortalidad terrenal.




Roberto Pável
Jáuregui Zavaleta

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