domingo, diciembre 24, 2006

Feliz Navidad!



Cuando pienso en la navidad, evoco solamente pequeños momentos; dos o tres pincelazos con un saborcillo agridulce.... Mi papá llegaba en la tarde y luego se marchaba cerca de las seis (cuestiones de esposos separados). A las nueve, mi tía Pilar y el tío Víctor, mi primos favoritos y los infaltables regalos. A las diez, el tío Toñín se llevaba a la abuelita y a mi mamá.

Recuerdo la casa de la abuela, silenciosa y en penumbra; sonidos lejanos de cohetes y risas; la ventana desde la que me pasaba mirando un parque iluminado por su único poste; la emoción rara que me impedía dormir, imaginando que en las otras casas las navidades eran de alegría fotográfica, y que de algún modo, sentado en esa grada o asomándome a la ventana, yo también participaba de su felicidad... entonces imaginaba a mi papá, solitario en su mesa, tomando café y fumando sus ducales... y luego, en algún momento de la noche, mi hermana me mandaba a dormir.

Mi mejor navidad fue aquella en que me escapé detrás de mi papá. Lo seguí hasta que estuvimos lo suficientemente lejos como para no regresar a casa de la abuela. Ese 24 de diciembre estuvimos los dos juntos. Las calles del centro estaban repletas, no he podido quitarme esa imagen porque fue la primera vez que estuve en la calle tan tarde. Iba de la mano de mi viejo y mi pecho latía con fuerza. Nos compramos un regalo, una especie de ajedrez y jugamos hasta más de las dos de la mañana. Más tarde, mientras mi papá dormía, yo permanecía con los ojos abiertos, porque cuando uno es feliz se desea matar el tiempo a palos para que no nos duela la mañana.

Como se ve... en este punto no tengo muchas definiciones, solamente la compañía persistente de ciertos sabores indelebles...



Roberto Pável Jáuregui Zavaleta


lunes, diciembre 11, 2006

La Muerte Esquiva


Recuerdo que cuando era niño solía escuchar centenares de historias acerca de la perdurabilidad sobrenatural de Hitler. Todas coincidían en que el sujeto no había muerto aquel día de abril, sino que se encontraba gozando de excelente salud y de mejor ánimo en algún lugar del universo. A partir de ese punto, la variedad comenzaba: primero, alguien había visto al dictador en Bolivia, ganándose el pan vendiendo jabones y perfumes; luego, otro dijo que se encontraba en Argentina dictando sus memorias o buscando empleo como empresario de espectáculos. También se dijo que lo más probable era que el Fürer se encontrara viviendo en el centro hueco de la Tierra en la mismísima Atlántida.

La variedad iba desde identificar al jefe nazi con el vecino de bigote mosca hasta el no menos sorprendente testimonio, según el cual, Hitler debía estar nada menos que en Ganímedes, la séptima luna de Júpiter, lugar donde existía una civilización superior y vegetariana, en la que don Adolfo compartiría casa con el rey del rock Elvis Presley y la inolvidable Marilin Monroe.

Es innegable de que existe cierta clase de individuos, cuya vida y muerte están cubiertos de incertidumbre. Qué más da un Hitler o un Pinochet; son hombres de quien todo el mundo dice que han muerto cuando están vivos, y que están vivos cuando han muerto. Probablemente sea un efecto curioso de la Luna en conjunción con Marte; o talvez sea uno de los efectos secundarios del roce del poder, de su expresión más asesina, que los marca con el estigma de una biografía incierta y de una muerte esquiva...

No lo sé... porque también podría ser la simple justicia de la vida, que niega el descanso del olvido a los “grandes” hombres sin alma.

Roberto Pável
Jáuregui Zavaleta

jueves, diciembre 07, 2006

Hombre y Nombre



Judas, el traidor. Nerón, Hitler y Calígula, tres locos sanguinarios. Napoleón, el genio militar…
Asociar un valor o una idea al decir un nombre cualquiera resulta curiosamente inevitable. Por ejemplo, de mi infancia recuerdo a Yuri, la tontería; a Cerdeña, la estupidez; a Juan, la amistad; a Paco, el alcoholismo; Elvis, la mansturbación; y Marco, las historias de terror y los chistes de Quevedo.



Resulta claro que el nombre resume al hombre. En cierta forma, vamos adhiriéndole nuestros momentos, nuestras palabras, nuestros pasos. César hizo de su nombre un signo de majestad y autoridad al punto que se convirtió en sinónimo de poder. De allí se derivó la palabra Kaiser y Czar, títulos de los emperadores alemanes y rusos. Alejandro Magno, conocedor que otro Alejandro había mostrado cobardía en el combate, le instó a cambiarse de nombre o a comportarse a la altura del que llevaba (talvez una incipiente protección de la calidad de marcas).



Me pregunto ¿qué idea vendrá a la gente cuando dice mi nombre? ¿qué pensamientos evocarán quienes pronuncian el tuyo?

Roberto Pável
Jáuregui Zavaleta

viernes, diciembre 01, 2006

Y hablando de liderazgo y elecciones...



El liderazgo es un hecho inevitable; siembre tendremos líderes, por lo que, el punto crucial en este asunto no será tanto “encontrar” un líder, como “escoger” al mejor.

Hace años leí una comparación muy interesante que puede ilustrar esta idea. Alejandro Magno fue un líder asombroso, hijo del rey Filipo, tuvo por maestro a Aristóteles, conquistó un imperio que abarcaba Grecia, Asia, Egipto y la parte norte de India. Sin embargo, al morir, su imperio se deshizo. Jesucristo, en cambio, fue hijo de un carpintero, nunca fue a una escuela famosa, y creo que nunca fue a una, su ejército se limitó a doce hombres sin mayor educación, y su vida y muerte ha influenciado la historia humana como la de ningún otro hombre. Es interesante que ambos líderes murieran a la edad de 33 años.

La conclusión de la historia resulta evidente: hay quienes buscan ser líderes por amor al poder; y hay quienes buscan ser líderes por amor al prójimo. La moraleja tampoco queda oculta: hay quienes buscan líderes en quienes saben mandar; creo, es más sabio, buscar guías en aquellos que saben servir.


Roberto Pável
Jáuregui Zavaleta

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