John Grisham (escritor de legal thrillers) no es un autor cuyos libros se caractericen por la profundidad metafísica. No hay sufrimiento existencial en su obra; tampoco un punto de vista estético del dolor humano. No encontraremos un relato de las elegantes proporciones de Yourcenar, ni la narrativa poderosa de Gogol o Víctor Hugo.
Grisham, en cambio, construye relatos lineales con una maestría admirable. Sus personajes son seres de verosimilitud fílmica, y sus tramas se desarrollan de un capítulo a otro con soltura adictiva. Sus libros se meten en tu mente, te atrapan y te conducen por intrigas judiciales, que si bien percibes no son ciertas, las terminas aceptando como una “realidad” paralela.
Hace unas horas, en la página de “USAToday”, apareció una nota anunciando la publicación de su último libro; con un tiraje 2.8 millones de copias (Cifra por demás impensable en la miserable industria literaria nacional) se publicará “The Innocent Man” Lo interesante de esta edición, es que se trata del primer libro basado en un hecho de la vida real. La historia Ron Williamson, …”a once promising ballplayer who spent 11 years on Oklahoma's death row for a rape and murder he did not commit” (una vez prometedor jugador de baseball, quien pasó 11 años con condena a muerte en Oklahoma por violación y asesinato que no había cometido).
Ron Williamson era un hombre que padecía de problemas mentales, vivir cerca de la víctima y su historial de conducta problemática fue la única evidencia que se usó para determinar su condena. Policías, el fiscal, el juez y un “detector de mentiras” conspiraron para condenar ese hombre. Luego de 11 años, apenas cinco días antes de su ejecución, una prueba de ADN demostró su inocencia.
El libro de Grisham se presenta como una dura crítica al sistema norteamericano, y también como un serio cuestionamiento a la pena de muerte. La lógica indignación que provoca la condena de un inocente nos lleva hacia ese camino... aparentemente...
Mi punto es, que en una perspectiva la condena de un inocente, puede ser el argumento perfecto para no castigar a los culpables; en otra, la condena de un inocente puede ser el argumento perfecto para no dejar impune tal aberración.
Roberto Pável
Jáuregui Zavaleta
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