jueves, noviembre 16, 2006

Utopía



Hace poco recibí una invitación para participar en un recital. El tema: Utopía. Mientras escogía algunos poemas y escritos de mi despensa me pregunté: ¿qué es lo más determinante en la vivencia humana, el sentido de lo utópico o la experiencia de frustración?

Por un lado las utopías dinamizan nuestras acciones; de algún modo, debe haber algo de esperanza en cada movimiento. Sin la convicción o la subconsciente creencia en el final de cuento de Hadas, no moveríamos un píe de la cama. San Martín no hubiera venido al Perú, y sin esa idea, ciertamente, tampoco se hubiera marchado. Sin el sentido de lo utópico los matrimonios y las convivencias serían imposibles, tampoco serían posibles los divorcios, ni los viajes espaciales, ni las dietas milagrosas. Las utopías despiertan a los héroes, impulsan a las masas, crean puentes, levantan monumentos, pero también destruyen ciudades y desatan los genocidas. Las utopías inflaman la vida y justifican la muerte.

Sin embargo, por otro lado, todas las utopías son pendientes que terminan en un abismo profundo. Hay un momento en que el camino aparentemente promisorio se termina; hay un instante en que aparece a nuestros pies el abismo. Y la frustración se convierte en la constante compañera de cada búsqueda del hombre. Las revoluciones terminan volviendo a los orígenes; los libertadores se convierten en tiranos, y las búsquedas se estrellan en muros sólidos y oscuros. El que alcanza la fama, la lleva como una cruz; y quien tiene el poder se vuelve su esclavo.

¿Cómo explicar todo esto? Económicamente hablando las necesidades son ilimitadas, no hay utopía capaz de satisfacer la sed humana... y tal vez ahí esté la respuesta de todo, en que como siempre los dilemas son falsos dilemas, y en consecuencia, resulta irrelevante determinar cuál es el factor más determinante de la historia; el sentido de lo utópico y la frustración resultante serían, en verdad, dos caras de una misma moneda, dos momentos de la misma historia y la inevitable fatalidad del destino humano.


Roberto Pável
Jáuregui Zavaleta

1 comentario:

Carmela Viñas dijo...

Hay realidades utópicas-lo que aún no es,pero puede ser y es deseable que sea- y hay idealismos utópicos,que además de no ser realizables, son en sí mismos,un imposible.

En tu artículo expresas muy bien esas realidades utópicas en la primera parte, que sin esas utopías realizables, no hubiera habido progreso( tan de acuerdo contigo), y en tu segunda parte, interpreto las utopías como sueños imposibles, idealismos que frustran más que hacen avanzar.

Las realidades utópicas nos llevan al progreso,a las reformas válidas y necesarias en momentos puntuales de la historia.Son factibles. Los ideales utópicos en cambio, asientan su base en una falsa espectativa, algo que jamás se dará y que se fuerza a que se dé.

Sí, los progresos nacieron de utopías realizables; las peores catástrofes,como el nazismo,son frutos de una paranoia.

Un abrazo, amigo mío.

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